¡¡Bienvenid@s!!

Éste es mi espacio, por el momento... quien sabe después... Lo hice especialmente para que todos puedan disfrutar de algunas de las tantas cosas que tengo en mi cabeza y que me dan vueltas constantemente... Una de las más importantes, es aquella historia que empezó como una simple idea y que terminó, como la mayoria sabe, en una novela. Podrán ir disfrutándola de a poquito, hasta que llegue la primera edición, que no falta mucho, tampoco, pero hay algunas personitas un poco impacientes por ahí... y bueno, hice éste espacio para ellas y para mi.

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viernes, 29 de abril de 2011

El rincón de Gabriela Arancibia...

  

Si te encontraras de repente con tu pasado,

que harias?

Si te encontraras de repete conmigo,

que me dirias?

Si te encontrara por la calle,

no diria lo mucho que aun me duele tu adiós...

no diría que te amo

no diría que te pienso,

no diría que te extraño...

No habría porques

no habría reproches...

Perdonaría todos tus errores,

y te besaría como nunca te han besado.

Que aunque tengas dueña,

seras siempre solo mío...

Por que sé que amarse tanto

no es posible.

Quizá solo la esperanza de encontrarte

y ser solo amantes....


Gabriela Arancibia♥

(derechos reservados por el autor)










jueves, 7 de abril de 2011

Diario de una pasión

 

"No soy nadie especial, sólo soy un hombre corriente con pensamientos corrientes...
He llevado una vida corriente, no me han hecho ningún monumento y mi nombre pronto caerá en el olvido...
 Pero según como se mire, he tenido mucho éxito como otras personas en esta vida..
 He amado a otra persona con todo mi corazón y para mí eso siempre ha sido suficiente...

 El mejor tipo de amor es aquel que, despierta el alma y nos hace aspirar a más, nos enciende el corazón y nos trae paz a la mente. Eso es lo que tú me has dado y lo que yo espero darte siempre…" Noah.







LA HISTORIA DE NUESTRO AMOR

por Alisson Hamilton

“A mi amor Noah. Léeme esto y volveré contigo”.









"¿Has amado alguna vez a alguien hasta llegar a sentir que ya no existes? ¿hasta el punto en el que ya no te importa lo que pase? ¿hasta el punto en el que estar con él ya es suficiente, cuando te mira y tu corazón se detiene por un instante?. Yo sí... ".



miércoles, 6 de abril de 2011

Cuarto capitulo

Capitulo IV


         Diagnóstico y pérdida


Es difícil perder a un ser querido. No puedo creer que ella ya no esté. Que ya no vaya a estar a estar cuando vuelva a casa. ¿A quién le contaré todo lo que sufrí en el día? Es difícil desprenderse de algo o de alguien. Recuerdo cómo fue cuando se fue Pamela.
Al miércoles siguiente, como habíamos acordado, Helena se quedó en mi casa a pasar la noche, porque internaban a Pamela, para realizarle una sencilla operación y poder realizar los estudios necesarios y así poder diagnosticar la anomalía que poseía.
Cuando llegamos del colegio, subí lo más rápido que mis piernas me lo permitieron, a mi habitación, corrí hacia el ventanal para recibir mi nota y mi rosa blanca diarios. Ya se había convertido en una extraña costumbre que, podía terminarse como bien empezó, pero allí estaban nuevamente, el pimpollo blanco con una nota:
Hola ¿Cómo estas? ¿Bien? No te pude ver en la mañana temprano. Te quiero.
NICO
P.D: a este paso voy a dejar sin rosas el jardín de mi mamá, pero no me importa.
Me reí en silencio y me guardé la nota con mi pequeña rosa en el bolsillo del uniforme del colegio.
Helena suspiró y se tiró en mi cama, estaba cansada y nerviosa. Me senté a su lado pero sin decirle nada. Me dolía verla así por su madre, pero era lógico, es su madre. No quiso cenar, por lo que yo tampoco lo hice. Me quedé con ella, aunque en silencio, sentada en el ventanal. Echaba de vez en cuando una miradita al jardín de al lado, solo por si se aparecía o por si quería hablar conmigo.
 Helena estaba muda. No pronunciaba ninguna palabra mientras hacíamos la tarea. Yo tampoco lo hacía para no incitarla a que hablara por obligación. De la nada, cerró los cuadernos y volvió a la cama y se tapó la cabeza con la almohada. Tomé sus cosas y finalicé su tarea, no quería que la regañaran al día siguiente.
A las pocas horas, Helena se quedó dormida. Yo quería hacer lo mismo, pero no sabía si despertarla para que se cambiara de ropa o no. Pensé que sería mejor dejarla dormir un rato y después la despertaría aunque ella no quisiera. No había comido casi nada en todo el día y eso no era nada bueno. El teléfono sonó. Era Guillermo, me dijo mi mamá cuando bajé las escaleras.
—Dice que todo salió muy bien en la operación. Mañana por la tarde podrían darle el alta a Pamela—me anunció  ella—. ¿Helena está dormida?
—Sí, como si estuviera en coma—exageré.
— ¿En dónde vas a dormir? ¿Vas a llevar la bolsa de dormir?
—Sí, estaba pensando en eso.
Ayudé a mi mamá con lo que mi pidió en la cocina, y luego subí a mi dormitorio, para avisarle a Helena que su padre había llamado. No quería despertarla, pero no podía dejarla dormir vestida con el uniforme del colegio.
—Helena… Helena… tienes que cambiarte de ropa. No puedes dormir con el uniforme… ¿Helena?
—Sí, ya te escuché. Ahorita me levanto.
—Pero ahora…—busqué mi pijama que estaba debajo de la almohada, pero ella ni se movió cuando levanté la almohada para sacarlo.
Me vestí en el baño y cuando volví a la habitación, Helena seguía en la misma posición.
—Helena… ¡ahora!— dije.
—Sí… ya me estoy levantando…—me contestó en dormida—. ¿No ves?
—No. No te has movido ni un centímetro, Helena—me hice la enojada con ella—. Te lo digo en serio. Todo el uniforme está arrugado. ¿Qué te vas a poner mañana?
— ¿Cuándo? ¿Para qué? ¿Qué?—balbuceaba ella contra la almohada.
— ¡Helena!—le grité—. ¡AHORA!
— ¡Bueno! ¡Ya voy! No sabia que te ponías así de molesta por las noches—me dijo pero al fin se levantó, y se fue al baño a cambiarse.
Como yo tenia miedo de que se quedara dormida en el baño, la acompañé. Mientras se cambiaba yo le hablaba desde el otro lado de la puerta; le hacia preguntas para cerciorarme de que todavía me escuchaba en el consciente.
— ¿Sabes quién llamó hace un rato?
—No.
—Tu papá. Llamó para avisar que todo salió perfecto en la operación de tu mamá. Dijo que quizás mañana por la tarde le den el alta.
— ¡¿Sí?! ¿Sabes si también hablo con Nico?
—No—ella no pudo verme sonreír cuando nombró a su hermano, por suerte—No. Solo eso me dijo mi mamá.
— ¿Te importa que use tu teléfono para llamarlo?—me pregunto mientras salía del baño.
—No.
—Bien. Solo quiero saber como está, y si mi papá llamó para avisarle lo que me acabas de decir.
—Bien—dije y bajamos las escaleras, hasta el pasillo en donde estaba el teléfono.
Yo la deje ahí y me dirigí a la cocina. Tenía hambre. Tal vez ella también. A los pocos minutos se reunió conmigo en la cocina; me dijo que Nicolás estaba al tanto de todo, que estaba cansado:
—Ah, te mandó saludos. Me dijo: “Dile a Victoria que descanse…” ¿Qué pasa entre ustedes?
Casi me ahogué con el vaso de leche que estaba bebiendo.
—Nada— le mentí.
¡Pasa de todo! Quise decirle, pero había prometido guardar el secreto.
—Absolutamente nada—volví a decirle.
—A mi no me parece exactamente nada… Yo también tengo hambre…—replicó cuando estaba sacando algunas cosas del refrigerador.
Por suerte me cambio rápido de tema. Comimos algo en silencio y después nos fuimos a dormir. Ella durmió en mi cama, y yo a su lado en la bolsa de dormir que había traído para mí. Me dormí rápidamente, con una sonrisa, gracias al mensaje de Nicolás… Yo también estaba cansada y quería que él también descansara aunque no se lo podía decir.
Nos despertaron temprano en la mañana, dos veces; la primera mi mamá, diciendo que el desayuno estaba listo. La segunda mi papá, diciendo que ya no había desayuno.
Hicimos lo habitual que se hace en las mañana, levantarnos, bostezar de sueño, estirarnos y luego cepillarnos los dientes para después pasar al desayuno, la comida más importante del día. Los desayunos de mi mamá eran fabulosos, bueno todas sus comidas lo eran, pero para mí no había como un buen desayuno de mi mamá. Mi papá no nos mentía cuando nos decía que ya no había desayuno, el se había comido todas las tostadas con mermelada casera de naranja que sabía que, a mi tanto me gustaba. También se había comido media docena de medialunas con una sola taza de café con leche. Ese hombre era una aspiradora para comer. Ahora entendía muy bien a mi mamá cuando decía que gracias a él había aprendido a cocinar. Por suerte mi mamá pudo esconder algo para nosotras, antes que él se comiera todo.
Fue otro día normal en el colegio, prácticamente habíamos hecho lo mismo que el día anterior. Parecía que no nos iban a enseñar nada nuevo ese día. Para la mitad del mismo, ya me sentía demasiado aburrida y no veía las horas para que terminara. Quería irme a mi casa, quería reencontrarme con mi rosa y mi nota.
Para después de la hora del almuerzo, estábamos en el patio, las cinco reunidas en un círculo. Carla nos estaba contando que su hermano mayor, de dieciocho años, había llevado a su primera novia, la noche anterior a su casa. En eso estábamos, escuchando como Carla criticaba e imitaba los gestos de su cuñada, cuando la portera del colegio gritó:
— ¡Helena Von Harris!
Y todas nos dimos la vuelta. La portera, que conocía a todas en el colegio, venia acompañada por el padre de Helena. Él venía a retirarla, seguramente se iban a ver a Pamela al hospital, pero parecía que venía solo, sin Nicolás. Me desilusioné un poco, tampoco había podido verle aquella mañana, porque habíamos salido un poco tarde. Todas nos movimos con Helena, que fue al curso por sus cosas, para poder retirarse. Le dimos un fuerte abrazo cada una, para que se los transmitiera a su madre. El padre de Helena se despidió de todas nosotras y cuando comenzaron a caminar hacia la otra galería todas volvimos al curso y encontramos que Helena se estaba dejando olvidado un cuaderno.
—Se lo dejo en su casa cuando pase por la tarde…—les dije.
—Pero fíjate si puedes entregárselo ahora…—replicó Valentina.
—Sí. Puede que no haya salido del colegio aún…—agregó Carla—. Tal vez puedas alcanzarla.
—Sí, Victoria—dijo ahora Rocío—. Esa tarea hay que presentarla para mañana…
—Sí, ¿verdad? —pensé yo en voz alta.
Y luego salí caminando apresuradamente por el pasillo, hacia la galería central. No podíamos correr por los pasillos, no estaba permitido, por más que fuera una emergencia. Cuando estaba por dar la vuelta al pasillo me choqué con Nicolás, de frente. Me llevé terrible susto, ambos, pero mi corazón no latía alocadamente por eso.
—Esto… yo…—tartamudeaba él—. Yo vine, porque…—enmudeció de repente.
—Helena se dejó esto en su pupitre—le extendí el cuaderno.
—Ah, ¡Sí! El cuaderno de Helena—respondió confuso—. Es verdad. Ella… ella me mandó a buscarlo…
Le entregué el cuaderno y se volvió a quedar callado. Nos quedamos así un par de segundos y luego dije:
—Ya me tengo que ir de nuevo a clases…—pero no me quería ir.
—Si… Yo… Yo igual…—me reí nerviosamente—. Es decir, tengo que ir a ver a mi mamá—me sonrió—. Gracias—palmeó el cuaderno.
—De nada—dije yo y emprendí la retirada.
Cuando no me había alejado mucho, porque caminaba lentamente, me llamó:
— ¡Victoria! —gritó a media alta voz.
Me detuve, sonreí a espaldas de él y luego di medio giro para ver qué era lo que deseaba. Cuando giré, lo tenía a medio centímetro mío y de mi cara. Titubeó un poco, pero luego se inclinó para darme un beso en la mejilla. Y luego se retiró rápidamente. Yo me quedé parada mirando como él se iba. No sé cuanto tiempo me quedé allí parada, sin poder despegar mi mano izquierda de mi mejilla. Rocío vino a buscarme. Yo no estaba lejos de nuestro curso, conocía muy bien el colegio a esas alturas, como para poder perderme, pero ella vino igual.
— ¡Victoria! —Me habló alto, pero yo estaba en las nubes—. ¡Victoria! Todavía tenemos tiempo… ¡Vamos! La profesora no llegó todavía. ¡Vamos!
Seguía insistiendo ella, pero yo no reaccionaba. Tomó de mi mano y comenzó a tirar de mí. Me estaba arrastrando por el pasillo, hasta el curso. Creo que iba hablando de algo, pero no lo recuerdo, no le presté atención. No podía hacerlo por más que quisiera. Después, en toda la tarde me mantuve en la misma actitud. Me encontraba fascinada. Esa es la palabra correcta.
Cuando las clases habían terminado yo me encontraba de la misma manera aún. Mi papá que, vino a buscarme, lo notó, pero no me dijo ni preguntó nada al respecto. Sé que lo notó, porque en cada semáforo que parábamos me miraba fijo por el espejo retrovisor y fruncía el seño, luego negaba a algo con la cabeza y continuaba conduciendo. Yo aparentaba ver por la ventanilla del asiento de atrás, pero bien que me daba cuenta de lo que él hacía.
Sé que puede ser un poco estúpido por ponerse de ese modo, por un simple beso en la mejilla, pero así me encontraba. Luego se intensificó al comprobar que había una rosa esperándome como todos los días.


En la cena, me comporté más o menos acorde con quienes me encontraba. Habían venido, la hermana de mi mamá a cenar con mis odiosos primos, Patricio de quince años y Miguel Ángel, de dieciséis. También estaba mi tío, Pedro, el famoso tío tedioso que no hace ni buenos comentarios ni chistes graciosos. Mi tía Sophía es muy buena. Yo la quiero muchísimo, y no solo porque sea hermana de mamá. Pero a los demás, no. No me unía a ellos por ningún lazo de sangre, y era verdad, pues mis primos poseían el mismo tipo de sangre que su padre.
 Si ellos me veían así, mis primos, podían empezar a molestarme. No me fue nada difícil seguir el hilo de la conversación. Toda la noche hablaron de Pamela, lo cual me interesaba bastante. Mi mamá fue a visitarla  y anunció que la había encontrado bien y que en unos días le entregarían los resultados de la biopsia, que determinarían qué tenia. Muy disimuladamente le pregunté si no se había encontrado con Helena en el hospital, pero yo no quería saber de Helena.
—De hecho sí—respondió ella—. Se la veía muy bien de ver a su madre de nuevo.
—Sí. Le cambió la cara cuando su padre fue al colegio a buscarla para llevársela al hospital—comenté.
A mi también me cambió la cara, después que el papá de Helena pasara por el colegio.
Después de la cena, subí rápidamente a mi dormitorio y allí me quedé hasta que se fueron los demás. Solo allí podía soñar con mi próximo encuentro con Nicolás. Y suspirar las veces que quisiera.
Al día siguiente, temprano, recibí una llamada de Helena. No iba a asistir ese día al colegio, así que mi papá me llevó a mi sola, pero lo que más lamentaba es que era jueves y le tocaba al padre de Helena recogernos del colegio, y siempre pasábamos por Nicolás; y si Helena no iba tampoco iría él a su colegio  y su padre no tendía porque buscarnos.
Al día siguiente Helena tampoco asistió a clases, pero no me preocupé, mi mamá me dijo que Pamela ya estaba en casa y era comprensible. Ella quería estar al lado de su madre para ayudarla en lo que necesitara.
Más días pasaron, más o menos una semana y no sabía nada de Helena, ni de su familia, ni recibía mi rosa. Ella tampoco me había llamado ni nada por el estilo, ni para decirme que no iría al colegio o que tomara apuntes por ella.  Ella vivía al lado de mi casa y parecía que no podíamos comunicarnos de ninguna manera. ¿Qué podría haber pasado? No, no. Si fuese lo peor nos hubiéramos enterado. No podía pensar en eso.
Las chicas también habían intentado comunicarse con ella pero el teléfono sonaba y sonaba y nadie contestaba. Nos empezábamos a preocupar, a pensar cosas que no eran, pero es que a no recibir noticias de ella, nada de nada, y de ninguno de sus familiares, la cabeza empezaba a trabajar a mil por hora.
Un día, cansada de la situación, cuando volví del colegio, corrí hacia el teléfono nuevamente para llamar a casa de Helena, y poder saber algo. Estaba muy preocupada. El teléfono sonó y sonó pero nadie contestó, como todos lo días anteriores. Y como los días anteriores, mi mamá me decía que sí, que era algo extraño en ellos, pero que no me preocupara. Sí, claro, como si eso fuera posible en mí. Así que esa misma noche, después de hacer mi tarea, decidí ir a la casa del al lado y averiguarlo por mi cuenta.
Cuando toqué el timbre un escalofrío bajó por mi espalda. Toqué una sola vez y esperé; luego de un minuto, salió Nicolás. Estaba tan lindo… hacía días que no le había visto, pero estaba impecable… es tan guapo… pero no era a eso a lo que venia.
—Eh… ¿Está tu hermana? —controlé mis emociones.
—Hola. Sí. Está arriba, en su habitación—me dijo con una sonrisa.
Abrió más la puerta y me hizo señas para que entrara. Yo entré y subí las escaleras lo más rápido que pude, con miedo a tropezar y pasar vergüenza ante él. Casi corrí hasta el dormitorio de mi amiga. Toqué una sola vez la puerta y no esperé que me diera permiso y entré en él.
Helena estaba triste, se le notaba en su postura y en sus ojos, que estaban hinchados por haber llorado tanto. ¿Días quizás? Mi amiga estaba muy triste. Me acerqué a ella y la abracé; le pregunté qué le pasaba, pero no me contesto y rompió a llorar nuevamente.
Cuando se calmó un poco me dijo que le habían entregado los estudios a su madre. Pamela tenía cáncer de seno. Y estaba avanzando rápidamente. Los médicos querían que comenzara lo más pronto posible con el tratamiento de quimioterapia, pero Pamela se negaba a recibirlo. No quería ser una carga para su familia. No quería que sus hijos la vieran deteriorarse con el efecto de las drogas. No quería sufrir.
Helena temía por la vida de su madre, y con mucha razón. Hasta yo temía por su vida. Era algo injusto ¿Cómo podía contraer cáncer una persona sana, tan buena amiga, madre y esposa como lo es Pamela? Era muy injusto. La vida se le estaba escapando entre los dedos como agua. Ya no le pertenecía a ella, ahora estaba en manos de Dios y más que nunca, porque al no recibir el tratamiento, el cáncer avanzaría mucho más rápido, y los medios no le daban muchas esperanzas de vida.
Solo él nos podía ayudar, solo él sabe porque existen y pasan estas cosas. Yo lo consideraba muy injusto.
Me quedé con Helena casi toda la noche, bajé solo para pedirle a Nicolás que avisara en mi casa que me quedaría aquella noche con Helena, pero me encontré con mis padres; el señor Guillermo y Pamela no se encontraban. No me había dado cuenta de eso cuando entré. Me dijeron mis padres que no iban a volver por esa noche y que le habían pedido por favor que se encargaran de sus hijos.  
Helena se lamentó hasta que se durmió, yo lloré con ella y me dormí también. Ni al día siguiente ni al siguiente a ese, asistí a clases, tampoco Helena; me quedé con ella, no queríamos que estuviera en su casa sola, no mientras su mamá no volviera.
A Pamela, la internaron y se encontraba en terapia intensiva, al parecer el cáncer, avanzaba más rápido de lo esperado. Pamela ya tenía tomado el pulmón derecho y todavía seguía negándose a recibir tratamiento. El tumor o lo que le extirparon fue lo que causó que el cáncer se desparramara hacia el pulmón.
Las chicas vinieron para apoyar a Helena. Ella estaba muy triste, no quería ni probar bocado, tampoco hablar con nadie, pero lo mismo nos quedamos a su lado. Nicolás también estaba allí, estaba igual o peor. Aquella familia se estaba derrumbando de a poco.
Es realmente increíble, como una enfermedad terminal puede acabar no solo con una vida, sino también que arrastra a los demás, a las personas que rodean la vida del enfermo, a la familia, a los amigos de la misma.
         Yo no sabía que hacer, sinceramente; mi amiga se estaba deprimiendo muchísimo y su hermano también, no sabia como reaccionar. Qué decirles; cómo ayudarles. Cómo consolarles. No podría decirles: “No te preocupes. Tu mamá se pondrá bien”, cuando su madre ya estaba casi en el ocaso de su vida. Que estúpida manera de consolar seria esa.
         Al mes que Pamela no salía de terapia intensiva y solo empeoraba más y más, los médicos hablaron con los familiares más cercanos, es decir, el señor Guillermo, Helena y Nicolás, para decirles que Pamela estaba muy grave, y tal vez no soportaría ni una quimioterapia, si decidían comenzar ahora. El cáncer estaba avanzando demasiado rápido por su cuerpo. Ya estaban tomados ambos pulmones. Habían cometido un error al operarla cuando le descubrieron que tenía anomalías en su seno. Aquella operación solo le dio luz verde para que se esparciera por el cuerpo de Pamela.
Todo esto me lo contó Helena, como pudo, entre lágrimas. Me decía que era injusto. Que no podía ser cierto que su madre tuviera los días contados. Me decía una y otra vez que odiaba a esta vida que, no quería seguir viviendo, no cuando su madre ya no estaría a su lado nunca más. Que nada tendría sentido, si ella no estaba al lado de su pequeña familia.
Nicolás me dijo algo bastante parecido. Solo que él tenia pensado marcharse con ella, al mismo tiempo. Al principio creí que solo se trataba de la angustia que sentía, el dolor al saber que perdería a su madre, a la persona que lo trajo al mundo; pero algo en sus ojos me hizo saber que hablaba en serio. No podía creer que estuviera hablando en serio. Se lo dije, pero no me dijo nada más. Aquello no me gustaba nada. Solo me preocupaba más y más con los días que pasaban. No se lo conté a nadie, esperaba a que él mismo me dijera que había recapacitado, que había pensado mejor en las palabras y que, encontraba muy absurdo todo lo que me dijo, pero en caso de que no lo hiciera se lo contaría a todos. Les diría a todos lo que Nicolás pensaba.
Jamás me dijo una sola palabra de nuevo sobre el tema, lo que no hacía más que preocuparme, porque pensé que seguía con el mismo pensamiento.



Pamela solo pudo vivir hasta los treinta y nueve años. Ella misma había decidido no recibir ningún tratamiento, y pasar los días de vida que le quedaba junto con su familia. Los doctores que estaban a su cargo no se opusieron; ellos sabían que Pamela, no viviría por mucho más tiempo. Que era mejor que pasara todo lo que pudiera con su familia.
Francamente no estuve con ellos, en los últimos momentos de Pamela. Yo también quería que se pudieran despedir, que se dijeran todo lo que se querían. Que se expresaran todo el cariño.
No estoy segura, cuanto tiempo fue en realidad en el que no vi a ningún miembro de la familia Von Harris salir de su casa.
Un sábado por la tarde mientras yo estaba en mi habitación, mi madre me vino a avisar que Pamela, ya había fallecido. Nadie se lo había contado, lo deduzco porque una ambulancia vino a casa de los Von Harris, para realizar los procedimientos necesarios cuando muere una persona. Yo sentía un vacio muy grande en mi interior. Sentía que el aire no era el mismo.
Me quedé parada en el ventanal de mi dormitorio, llorando en silencio. Viendo cómo los camillero bajaban una camilla y se dirigían a la entrada de la casa de Helena. Sentía mucho la pérdida de mi amiga y de su familia. Una pérdida que me era ajena pero el dolor era como si fuera el mío. Yo quería a Helena como a una hermana. Ella era mi hermana, la hermana que jamás mis padres pudieron darme y a Pamela como si fuera una segunda madre.
Un día sábado por la tarde, Pamela de Von Harris, dejó oficialmente de pertenecer a este mundo. Al otro día mis padres y yo; familiares de los Von Harris, amigos de Pamela, asistimos a su entierro.
Era un día hermoso comparado con la tragedia. No hacia el frio suficiente, ni el calor como para deshidratarse. El sol brillaba como si hubiera renacido, el aire me parecía tan puro como si recién hubiera amanecido.  En el cementerio, la brisa movía las copas de los arboles que murmuraban, como cantándole a Pamela, como si en ellas estuvieran ángeles esperando por ella. No había ningún signo que nos indicara que llovería, pero así lo hizo. Llovió, no lo tanto como para que la tierra se convirtiera en barro, pero llovió todo el entierro. Llovió con sol.
Pensé que eran lágrimas de Dios, como si él también sintiera nuestra tristeza al despedir a Pamela. Y quisiera demostrarnos que no era malo con nosotros al llevársela a su lado, sino que él también lo lamentaba, y no lo podía evitar.
Nos encontrábamos todas allí. Me había encargado de avisarles a las chicas y a algunos de nuestras compañeras de colegio, con las que Helena conversaba de vez en cuando. Las autoridades del colegio también se enteraron y estuvieron presentes en el entierro.
Valentina, Carla, Rocío y yo nos mantuvimos cerca de Helena tanto en el velorio como en el entierro. No queríamos dejarla sola. La veíamos más frágil que nunca. Me dolía muchísimo verla tan triste y desconsolada. En ese momento no se me ocurría un dolor más grande que el que sentía ella. ¿Y el del señor Guillermo? Pobre hombre. El amor de su vida había fallecido. Qué tristeza más grande me provocaba todo esto. No encontraba palabras de aliento para ninguno. Lo las había. Ni todas las lágrimas del mundo nos alcanzaron para despedir a Pamela.
En estas situaciones, por lo general, las personas se te acercan y te dicen solo las cosas buenas que hicieron los difuntos en vida. Después de unos años sacan a la luz todo lo malo que a la persona fallecida se le pudo haber cruzado por la mente. Pero de Pamela no se podía decir nada malo. Jamás. Solo se podía seguir hablando de sus cosas buenas. En lo que llevo de vida, jamás he visto u oído que hubiera hecho algo malo o incorrecto. Solo sé que vivió por y para su familia como ninguna otra madre. Que fue muy feliz con su esposo y sus dos hijos. Que le gustaba la vida tanto como trabajar con sus rosas blancas.
Tal vez fue ese su pecado, ser demasiado buena.

Nicolás y Victoria...


Me gusta mucho este capitulo... No voy a mentir diciendo que, lo soñé y que luego lo escribi... No. No lo soñé... Al menos no estaba dormida cuando me inspiré en el...
 ¿¿Quién no tuvo su primer beso?? ¿¿Quién no soñó con ese momento??

martes, 5 de abril de 2011

Tercer capitulo

Capitulo III


Nicolás

¡Ay, Nicolás! ¿Cómo olvidar a mi primer y único amor? Sé que jamás podré hacerlo. Por más que quiera, por más que me duela mucho su recuerdo, por más que él ya no esté a mi lado. Es simplemente imposible de creer que él ya no estará a mi lado. Aún recuerdo la primera vez que hablamos de nuestros sentimientos, bueno no sé si hablar sería el verbo correcto. 
Fue al otro día de la noche de chicas. Nos despertó la luz del sol que entraba por la ventana que daba hacia el este, por eso nos dio en las caras aquella hermosa y cálida luz naranja del alba. A su vez, Nicolás entró en la habitación gritando, para que nos despertáramos. A veces me resultaba tan odioso…
Como la casa de Helena es de dos plantas, tuvimos que bajar para desayunar en la cocina. Cuando estábamos allí, vergonzosamente descubrí que, Pamela había escuchado cuando yo confesaba que me gusta su hijo. Y ahora me sonreía muy amable, mientras nos servía el desayuno.  Se acercó a mí y me dijo que no se lo diría a nadie, que confiara en ella.
¡Dios mío! ¿Qué no se acabaría nunca aquello?
Pamela nos preparó un rico desayuno solo para nosotras en la cocina. Ella, Nicolás y su esposo, el señor Guillermo, desayunaron en el comedor. Discretamente nos proporcionó un poco de privacidad, pero al poco tiempo apareció Nicolás muy sonriente, con sus mejillas rosadas, como si hubiese trotado y sus ojos verdes que brillaban, me miraban directamente. Traté de disimular mi vergüenza lo más que pude hasta que se marchó. Cuando lo vi asomarse por la puerta de vaivén,  inmediatamente bajé la mirada y la clavé en la taza de café con leche que tenia en frente.
— ¿Vieron lo que yo vi?—preguntó Rocío, muy animada.
—Yo sí lo vi—decía Valentina—Aquí hay algo…
—Supongo que no han hablado con él ¿verdad?—pregunté yo.
—Yo no dije nada de nada, por el momento—me dijo Helena, por el modo en que yo la miraba.
¡Qué vergüenza! ¿Había estado escuchando al igual que Pamela? ¿Qué voy a hacer?
—Ustedes terminen aquí, tranquilas—anunció Helena—. Tranquila—me señaló—, que yo voy a hablar con él y saber qué es lo que sabe…
— ¿Te importa que te acompañe?—le preguntó Carla; Helena le dijo que no, y se fueron las dos.
A mi pensar, algo le pasaba a Carla, estaba actuando extraña, impropio de ella. No se encontraba así antes; no con nosotras. Si no estoy mal, ella se puso rara también cuando yo dije el nombre de Nicolás. ¿Será que a ella también le gustaba? ¿Qué se hace cuando dos amigas tienen sentimientos parecidos por el mismo chico? Nunca me había pasado esto antes. ¿Podría ser eso posible, que a Carla también le importaba Nicolás?
No resistí las ganas de averiguarlo y salí de la cocina. Rocío y Valentina solo me miraron y siguieron desayunando y hablando sobre un nuevo corte de cabello que quería hacerse Rocío.
Los encontré cerca del pasillo del dormitorio de Helena. Estaban hablando en voz baja. Carla tenía la cara roja como un tomate por la vergüenza. Me hice la tonta y seguí mi camino hacia el dormitorio de Helena. Cuando pasé solo les dije: — ¿Qué hacen?
Nicolás habló: — ¿Puedo hablar con ella ahora?
 ¿Hablar? ¿Con quién? ¿Conmigo? ¡NO!
—No. No. Hablaremos nosotras primero con ella—le contestó Helena, y entraron empujándome a su habitación, casi arrastrándome.
— ¡¿Pero qué les pasa?!—pregunté aturdida.
—Pasa que tenemos un problemita. Nicolás escuchó toda la charla de anoche. Y quiere saber si lo que dijiste es verdad…
— ¡NO! ¡Se suponía que él no tenia que escuchar o saber de aquello! Yo no debería haber hablado de aquello. ¡¿Por qué?! ¿Por qué lo hice?
—Bueno, ya es un poquito tarde para remordimientos. Ahora lo que él quiere es saber si es verdad—dijo Carla un tanto molesta. Me molestó su reacción; ella no es asi con la gente, ni menos con sus amigas.
— ¿Para eso quiere hablar conmigo?—esa era por supuesto, una pregunta obvia y tonta. Por supuesto que sí. Por supuesto que quería hablar conmigo sobre aquello.
— ¡SI!—contestaron; no más bien me gritaron.
—Pero no entiendo… ¿para qué?
— ¡Ay! ¡Porque también gusta de ti, tonta!—dijo Carla.
— ¡Qué emoción! ¡Vas a ser mi hermana, mi cuñada!
Saltaba y aplaudía Helena de felicidad. Carla seguía rara, no sé el motivo y jamás me lo contó. Yo estaba en shock.  No entendía nada  ¿Él también estaba enamorado de mi? Pero eso seria soñar muy alto…
La puerta se abrió y él entró, todavía tenia puesto su pijama; estaba tan adorablemente desarreglado, con todos sus cabellos despeinados y sus ojos verdes brillaban; tenía las mejillas ruborizadas como si recién terminara de hacer ejercicio. Estaba parado en el marco de la puerta, mirándome. Era la misma mirada que expresaba cariño, afecto ¿amor? No pude entender bien eso. No soy lectora de miradas.
Solo me quedé mirándolo como una tonta. ¿Cómo no me di cuenta antes de lo que sentía él por mi era lo mismo que yo por él? Ah ya sé porque, porque estaba cegada por el amor que trataba de ocultar y reprimir…
— ¿Es verdad? ¿Sí o no? Solo quiero un sí o un no— dijo y se puso serio de repente.
Solo pude asentir con la cabeza. No reaccionaba. Tampoco me esperaba que sucediera una cosa como esa. Ni que sucediera tan pronto. No tenia cabeza, o mejor dicho voz, para nada esa mañana. Él siguió esperando mi respuesta, al igual que las chicas. Tomé aire, tomé mucho aire  luego dije:
—Sí, es verdad…
—Gracias—dijo y se quedó en silencio unos segundos que me parecieron eternos—. Nos vemos después—me sonrió y se fue cerrando la puerta.
Helena empezó a saltar de felicidad de nuevo…


Me cambié de ropa y bajé las escaleras enojada conmigo misma. No debería haber dicho nada de nada de aquello. Cómo lo lamentaba…
Las chicas me esperaban, porque íbamos a salir a caminar para hacer un poco de ejercicio. Solo un poco por los alrededores del barrio. Hacer algo bajo el día soleado tan bonito, propio de la primavera. Pero yo no tenia ganas, así que me disculpé con ellas, tomé mis cosas y me fui para mi casa. Quería estar sola, para poder pensar, quería también abrazar a mi almohada y reflexionar en lo que había hecho mal, cosa que seguía sin entender.
Llegué a mi habitación, pisando con un poco más que rudeza los escalones y cerré con fuerza la puerta. Estaba furiosa y no sabía el motivo. No dejaba de pensar en él, que no me había hecho nada más que una simple pregunta y a la cual yo había respondido. ¿Qué se suponía que debía hacer a partir de ahora? ¿Ignorarlo? Ya le había dicho que era verdad que me gustaba. No que quería unirme a él para toda la vida, aparte creo que es ilegal casarnos sin ser mayores de edad.
¡¿Pero en qué estaba pensando?! ¿En casarnos? Me estaba volviendo loca. No hacia ni doce horas cuando les dije a mis amigas que me sentía atraída por el hermano de una de ellas y ya estaba pensando en casarnos… ¡Pero soy ilusa de verdad!
Él no me había hecho más que una simple pregunta. Soy una tonta. Yo sabía que tenia que haberme quedado callada, que no debía haber abierto la boca para nada, ni que haya sido por una buena causa. Al final de cuentas Helena nos iba a contar lo que nos pasaba, al preguntarnos si podía quedarse o no en casa de algunas de nosotras. Ahora, ¿con qué cara voy a mirarle? ¿Va a mirarme siquiera después del “desastre” de esta mañana?
Después de un rato comencé a calmarme y sentí calor, o tal vez fue la furia que no se iba. Me levanté de la cama y abrí el ventanal para que entrara un poco de brisa, cuando encontré en el marco de éste, un pimpollo de rosa blanca y una notita. La única persona del barrio que tenía rosas blancas era Pamela. Tomé la nota que decía:
“A mi también me gustas. Y mucho. Guarda el secreto y la rosa. NICO.”
Mi corazón se volvió loco de repente y la más grande de mis sonrisas se expandió por toda mi cara. Me pregunté cómo había llegado él hasta mi ventanal, pero no me lo pude responder, tampoco me importaba, solo lo que tenía en mis manos. Mi dormitorio tiene dos ventanales, uno da hacia la calle y el otro apunta perpendicularmente al jardín de la casa de Helena. Él había dejado la rosa y la nota en el que apuntaba a su casa. No había forma de que pudiera llegar fácilmente a él, pero lo hizo. La pequeña rosa era tan linda y olía bastante bien.
Algo llamó mi atención en el jardín de al lado, en casa de Helena. Entre las ramas de uno de los arboles, lo vi… Me sonrió y me hizo una seña con un dedo sobre sus labios para que guardara el secreto, yo le asentí con la cabeza y así lo hice; jamás le conté esto a nadie… seria nuestro pequeño secreto, solo él y yo. Luego él se fue, desapareció del jardín pero quedó muy dentro de mi corazón.

Habían pasado al menos dos horas y yo seguía cerca del ventanal con la rosa y la nota en la mano. No mirando, porque él ya no estaba en el jardín, no sé donde estaba, supuse que ya no estaría allí parado entre las ramas del árbol de su casa, que algunas de sus ramas se extienden hacia la mía. Pero me asomé una vez más y pude ver a las chicas que se dirigían hacia la entrada de mi casa.
 En ese momento me invadió la desesperación. No sabía donde ocultar la rosa, o la notita. No quería que supieran. Seguramente mi mamá ya les estaba dando permiso para que entraran a mi dormitorio. Tomé un libro, no me fijé cual, y metí la rosa con la notita dentro. Aplasté el libro y para que se notara lo menos posible que había algo dentro y lo coloqué de nuevo en su lugar. Corrí nuevamente hacia mi cama y me tiré de cabeza. Me tapé con una almohada y fingí que jamás me había movido de allí.
— ¡Adelante! —le grité a quien golpeó la puerta.
Ésta se abrió lentamente y las chicas entraron en fila. Me senté en la cama esperando a que alguna hablara.
— ¿Qué estás haciendo? —me preguntó Valentina, sentándose a un costado de mi cama.
—Estoy aquí sola… pensando—vigilaba que ninguna de las demás de acercara al estante de los libros o que por lo menos no se interesara por tomar aquel que tenia la rosa y la nota que podían comprometerme y más a él.
— ¿Por qué? Nosotras no te hicimos nada o ¿si? —me preguntó.
Yo estaba pendiente de Rocío que estaba merodeando cerca de mi escritorio.
—No… ustedes no me… no me hicieron nada… ¿por qué?
—Eso es lo que te estoy preguntando yo…—me tomó de la barbilla y me obligó a mantenerle la mirada—. ¿Por qué te fuiste?
—No me sentía bien hace un rato—puse la mejor de mis sonrisas—. Pero ahora estoy bien…
—Estás un poco rara—dijo Carla sentándose en otro lado de mi cama.
— ¿Sí? Pues no lo había notado.
—Sí—agregó Helena tomándome de una mano—. ¿Qué es lo que tienes, Victoria?
Ellas me rodearon y no pude ver a Rocío qué era lo que hacía en los estantes de mis libros.
—Me encuentro bien ahora—les aseguré—. Hace un rato no, pero ahora estoy muy bien. De verdad.
—Helena nos contó lo de Nicolás…—comenzó a hablar Valentina—. Y pensamos que quizá te desilusionaste…
— ¡¿Desilusionarme?! ¡¿YO?!
Me reí nerviosamente y luego me paré como excusa de poder ver mejor a Rocío.
—No te encierres en ti misma, Victoria—me decía Carla—. Estas cosas son así… Está bien sentirse un poco triste.
—No estoy triste…—me apoyé en mi escritorio, impidiendo que Rocío tomara el libro—. Todo lo contrario. Yo acepto que éstas cosas sean así. Pero de verdad, no estoy triste ni desilusionada, ni acomplejada, ni nada que se las ocurra.
Mi mamá me salvó, cuando entró a mi dormitorio, preguntando si las chicas se quedarían a almorzar. Yo le dije que sí, sin preguntarles a ellas qué era lo que querían hacer. Luego las empujé a cada una para que saliéramos de mi dormitorio, lo que más me importaba era que Rocío saliera. Había estado muy cerca de descubrir la rosa y la notita de Nicolás. No pude verla al menos por tres minutos. Y no sé si encontró el libro, pero si lo hubiera hecho, me hubiera comentado algo ¿no?
Las chicas se quedaron hasta la tarde de ese día sábado. Nos la pasamos en mi casa. Mi mamá nos contó varias historias suyas cuando tenía nuestra edad y de cómo se enamoraba constantemente de un chico o de otro. No pude dejar de sentirme identificada cuando dijo que se había casado con su mejor amigo de la infancia, mi papá. Yo ya me sabía la historia de memoria, pero me sorprendió lo mismo cuando les relató a mis amigas que ellos dos habían sido vecinos por un buen tiempo y que luego se separaron porque los padres de mi madre, o sea mis abuelos, decidieron mudarse. En realidad no había nada que me identificara con ella, pero lo sentí asi…
—Cuando yo no tenía más que diecisiete años, y salía a hacer las compras con mi madre y mi hermana. Cerca de casa no más, me lo encontré parado en una esquina—contaba mi mamá—. Estaba esperando un taxi o algo por el estilo. Lo reconocí al instante. Él me miró se sorprendió pero no dijo nada.
— ¿Y qué pasó después? —le preguntó Valentina.
—Comencé a encontrármelo por todos lados…—contaba ella con una sonrisa y lo ojos iluminados—. Le pedía a mi mamá que me dejara hacer los mandados sola. Discutía con ella, le decía que ya era grande y que sabía lo que debía comprar, cuanto y de qué calidad. Ella confiaba más en mí que en mi hermana gemela. Decía que yo tenía más juicio que ella…
— ¿Y tu mamá te dejó ir? —le preguntó ahora Rocío.
—Al principio no. No sola, siempre que iba me acompañaba mi hermana. Pero ella había sido siempre mi confidente y yo la suya. Así que yo le decía lo que debía hacer mientras yo charlaba con Víctor en un apartado.
— ¡Que lindo! —Comentó Helena—. Y ¿Cómo fue que se te declaró?
—Fue algo muy especial. Al principio no le creía porque cada vez que hablaba conmigo me decía cosas lindas, piropos. Pero una vez se puso realmente serio. ¡Estaba tan nervioso!—recordaba ella y se reía—. Fue bajo la lluvia, una noche de invierno, en el año 1975.
«Me dijo que quería compartir el resto de su vida conmigo. Que había caminado bastante bajo la lluvia solo para decirme eso y que no le importaba mojarse o enfermarse con tal de escuchar de mi boca que yo también quería lo mismo…
— ¡¿Y qué fue lo que le dijiste?! —le preguntaron todas.
—Le dijo que sí. Que no había caminado en vano. Que ella lo quería mucho. Y que esperaba que fuera siempre su amor.
Les contesté yo y todas me miraron sorprendidas.
— ¿Fue eso lo que le respondiste, Elizabeth? —le preguntó Carla.
— ¿Era eso no? —le volví a preguntar yo.
—Sí exactamente esas palabras, Victoria. Fueron esas—me sonrió—. Veo que no las has olvidado.
—Tú siempre me contabas la historia de pequeña—le dije.
Después de un buen rato en el que, mis amigas le preguntaron de todo a mi mamá, sobre su primer beso, su noviazgo, cómo fue que les contaron a sus padres que se iban a casar. En fin, ellas le preguntaron y ella no tenía problemas en contestarles. Mi mamá siempre había sido así. Muy abierta con las personas. Quizá yo salí más parecida a mi papá.
Poco después vinieron los padres de cada una, salvo en el caso de Rocío, que vino su empleada por ella, ya que sus padres se encontraban de viaje para variar. Con Helena las despedimos en la entrada de mi casa, después que una por una se despidiera de sus padres y por supuesto de los míos. Al poco tiempo, cuando nos quedamos solas, Helena me preguntó si yo quería que ella hablara con Nicolás.
— ¡NO! Por supuesto que no—le respondí intentando parecer ofendida—. No importa ya. Lo olvidemos ¿si? —le pedí.
—Pero es que yo quería que fueras mi cuñada, Victoria…
—Helena. Lo dejemos ahí, por el momento. ¿Por favor?
—Está bien—dijo ella haciendo un puchero.
Luego nos despedimos con un abrazo y me fui a mi casa. Me sentía de lo más feliz. No sé si alguien lo había notado, pero yo me sentía libre, como si todo fueran cosas buenas, y no hubiera nada malo en el mundo. Subí a mi dormitorio. Me recosté sobre la cama y me quedé pensando tontamente en él. Me imaginaba a Helena haciendo de mi tía Sophía y Nicolás de mi papá, diciéndome cosas lindas al oído, sin que nuestros padres sospecharan. Me quedé imaginándome las posibles escenas de nuestro primer beso y me dije a mi misma que estaba volando demasiado alto. Solo había dicho que gustaba de mi, no que estaba enamorado. Me levanté de la cama y tomé la rosa con la nota. Debía encontrarles un mejor lugar para guardarlas, si no quería que mi mamá las encontrara. Me quedé mirándolas y suspirando hasta que me llamaron para cenar.
Luego de la cena ayudé a mi mamá rápidamente con los platos y me fui a darme una ducha, para luego meterme a la cama. Luego de bañarme, me puse el pijama, y me dirigí hacia la ventana para cerrar un poco las cortinas. Primero cerré la que daba hacia la calle  y entonces me entusiasme y pensé que podía haber alguna nueva nota o rosa en el segundo ventanal y así fue. Cuando corrí para cerrar las cortinas del otro ventanal, el que daba al jardín de su casa, me encontré con una nueva rosa, que estaba muy bien  apoyada contra el marco de mi ventanal, pero no había notas. La rosa era más grande y más linda, en definitiva, que la anterior. Debía conseguirme un libro más grande para guardar ésta, si no quería que nadie la encontrara.
Me la llevé conmigo a la cama y la puse debajo de mi almohada. Respiré su hermoso aroma hasta que me dormí.
Inmediatamente me desperté en medio de mis sueños, en un hermoso rosedal, especialmente de rosas blancas. Pero no estaba vestida con mi habitual pijama, llevaba puesto un vestido color blanco con cintas en celeste, tampoco era habitual vestirse así. No era propio de la época en la que vivía. Era muy del siglo dieciocho. Hasta mi cabello era de esa época. Yo, por lo general tengo el pelo lacio sin ninguna ondulación a la vista, pero ahora no solo tenia bucles sino que estaba recogido en un diminuto rodete sujetado con listones que hacían juego con el vestido. Estaba sentada a la sombra de un gran árbol que estaba rodeado por miles y miles de rosas blancas, era el único árbol que había en varios metros y el día era muy caluroso y la ropa picaba. Pero no me iba a encontrar sola por mucho tiempo, cerca se podía ver a un muchacho que se acercaba a mí. Era él.
Era la primera vez que soñaba con él en toda mi vida. Él también estaba vestido de acorde a la época. Jamás en mi vida había tenido un sueño que se le parezca. Me sentí como la protagonista de muchas de las películas que se encargaron de caracterizar el romanticismo de Inglaterra hacia en siglo dieciocho. Creo que hasta esperé poder ver a Elizabeth Bennet y a Darcy por algún lado.
Él se acercó a mí, pero primero recogió una de las rosas que se habían caído por su mismo peso. Me miró y siguió caminando. Yo me sonrojé y al cabo de un minuto ya estaba parado delante de mí. Solo allí me percaté de su altura. Me faltaban al menos unos siete centímetros para llegarle a los hombros.
No me dijo nada. Solo me entregó la rosa blanca y yo con gusto y muy ruborizada se la recibí. Las rosas blancas se caracterizan por tener demasiadas espinas y su mantenimiento es muy difícil, cosa que no se notaba en aquel campo. Tomé la rosa con mucho cuidado tratando de no lastimarme con alguna espina. No me dijo nada cuando accidentalmente rocé su piel, solo me sonrió e inmediatamente me hice eco a su sonrisa; aunque no podía compararlas. La suya era una de las sonrisas más perfectas que había visto y no solo en el reino de Morfeo. Era tan amable, tan contagiosa, que se podía decir que hipnotizaba. Esa era la palabra. Me estaba hipnotizando con su sonrisa más y más. Como si eso ya no lo había hecho antes con la rosa. Como si pudiera estar mas hipnotizada de lo que ya me encontraba, solo con su presencia.
Casi como si sus dedos estuvieran hechos de los mismos, suaves y blancos pétalos de la rosa que sostenía con mis dedos de la mano derecha, me acarició la mejilla. No me imaginé que fuera así de suave. No se lo veía de esa forma. Luego se acercó un poco más a mí. Me miraba dulcemente, pero muy fijamente a los ojos. Se volvió a acercar otro poco hasta que estuvo a menos de cinco centímetros de mí. Sus dedos, bien ligeros y un poco temblorosos, se desplazaron hacia mi barbilla. Comenzó a inclinarse hacia a mí, más y más. Yo cerré los ojos y permanecí inmóvil. Y poco después sentí sus labios posarse sobre los míos.
Mis ojos se encontraban cerrados, pero los demás sentidos se desarrollaron casi tan frenéticamente como los latidos de mi corazón. No estoy exagerando cuando digo que pude escuchar el aleteo de un pájaro volando cerca de nosotros dos. El aroma de las rosas, me envolvió, como si nos encontráramos en el mismo centro de ellas y no a unos metros. Todavía podía sentir su cálido y suave tacto en mis mejillas, en ambas esta vez. El mejor de todos fue el sentido del gusto. Sus labios sabían a miel, recién elaborada por las mismas abejas y estaba mezclado con el de las rosas y muy fresco, como si tuvieran un toque de menta también. Todo un potpurrí, pero muy agradable.
Quería que el sueño no terminara. Quería quedarme todo el tiempo, toda una vida con él. A su lado, bajo aquel árbol que no sé a que especie pertenecía, junto al rosedal. En aquella hermosa época. Donde el amor prohibido es un sentimiento más que un capricho. Donde el enamoramiento era tan fácil que podía atraparse en el aire y el fracaso de un amor es muy doloroso. Quería quedarme allí, pero el tiempo no me perdonó. No cuando mi madre es tan madrugadora, por más que sea un día domingo. Ella se levanta antes que el sol, debo decir, y nos despierta a mi papá y a mí, por el simple hecho de que detesta desayunar sola.
 — ¡Ya voy! —le grité enfurecida, la tercera vez que tocó la puerta.