Capitulo IV
Diagnóstico y pérdida
Es difícil perder a un ser querido. No puedo creer que ella ya no esté. Que ya no vaya a estar a estar cuando vuelva a casa. ¿A quién le contaré todo lo que sufrí en el día? Es difícil desprenderse de algo o de alguien. Recuerdo cómo fue cuando se fue Pamela.
Al miércoles siguiente, como habíamos acordado, Helena se quedó en mi casa a pasar la noche, porque internaban a Pamela, para realizarle una sencilla operación y poder realizar los estudios necesarios y así poder diagnosticar la anomalía que poseía.
Cuando llegamos del colegio, subí lo más rápido que mis piernas me lo permitieron, a mi habitación, corrí hacia el ventanal para recibir mi nota y mi rosa blanca diarios. Ya se había convertido en una extraña costumbre que, podía terminarse como bien empezó, pero allí estaban nuevamente, el pimpollo blanco con una nota:
Hola ¿Cómo estas? ¿Bien? No te pude ver en la mañana temprano. Te quiero.
NICO
P.D: a este paso voy a dejar sin rosas el jardín de mi mamá, pero no me importa.
Me reí en silencio y me guardé la nota con mi pequeña rosa en el bolsillo del uniforme del colegio.
Helena suspiró y se tiró en mi cama, estaba cansada y nerviosa. Me senté a su lado pero sin decirle nada. Me dolía verla así por su madre, pero era lógico, es su madre. No quiso cenar, por lo que yo tampoco lo hice. Me quedé con ella, aunque en silencio, sentada en el ventanal. Echaba de vez en cuando una miradita al jardín de al lado, solo por si se aparecía o por si quería hablar conmigo.
Helena estaba muda. No pronunciaba ninguna palabra mientras hacíamos la tarea. Yo tampoco lo hacía para no incitarla a que hablara por obligación. De la nada, cerró los cuadernos y volvió a la cama y se tapó la cabeza con la almohada. Tomé sus cosas y finalicé su tarea, no quería que la regañaran al día siguiente.
A las pocas horas, Helena se quedó dormida. Yo quería hacer lo mismo, pero no sabía si despertarla para que se cambiara de ropa o no. Pensé que sería mejor dejarla dormir un rato y después la despertaría aunque ella no quisiera. No había comido casi nada en todo el día y eso no era nada bueno. El teléfono sonó. Era Guillermo, me dijo mi mamá cuando bajé las escaleras.
—Dice que todo salió muy bien en la operación. Mañana por la tarde podrían darle el alta a Pamela—me anunció ella—. ¿Helena está dormida?
—Sí, como si estuviera en coma—exageré.
— ¿En dónde vas a dormir? ¿Vas a llevar la bolsa de dormir?
—Sí, estaba pensando en eso.
Ayudé a mi mamá con lo que mi pidió en la cocina, y luego subí a mi dormitorio, para avisarle a Helena que su padre había llamado. No quería despertarla, pero no podía dejarla dormir vestida con el uniforme del colegio.
—Helena… Helena… tienes que cambiarte de ropa. No puedes dormir con el uniforme… ¿Helena?
—Sí, ya te escuché. Ahorita me levanto.
—Pero ahora…—busqué mi pijama que estaba debajo de la almohada, pero ella ni se movió cuando levanté la almohada para sacarlo.
Me vestí en el baño y cuando volví a la habitación, Helena seguía en la misma posición.
—Helena… ¡ahora!— dije.
—Sí… ya me estoy levantando…—me contestó en dormida—. ¿No ves?
—No. No te has movido ni un centímetro, Helena—me hice la enojada con ella—. Te lo digo en serio. Todo el uniforme está arrugado. ¿Qué te vas a poner mañana?
— ¿Cuándo? ¿Para qué? ¿Qué?—balbuceaba ella contra la almohada.
— ¡Helena!—le grité—. ¡AHORA!
— ¡Bueno! ¡Ya voy! No sabia que te ponías así de molesta por las noches—me dijo pero al fin se levantó, y se fue al baño a cambiarse.
Como yo tenia miedo de que se quedara dormida en el baño, la acompañé. Mientras se cambiaba yo le hablaba desde el otro lado de la puerta; le hacia preguntas para cerciorarme de que todavía me escuchaba en el consciente.
— ¿Sabes quién llamó hace un rato?
—No.
—Tu papá. Llamó para avisar que todo salió perfecto en la operación de tu mamá. Dijo que quizás mañana por la tarde le den el alta.
— ¡¿Sí?! ¿Sabes si también hablo con Nico?
—No—ella no pudo verme sonreír cuando nombró a su hermano, por suerte—No. Solo eso me dijo mi mamá.
— ¿Te importa que use tu teléfono para llamarlo?—me pregunto mientras salía del baño.
—No.
—Bien. Solo quiero saber como está, y si mi papá llamó para avisarle lo que me acabas de decir.
—Bien—dije y bajamos las escaleras, hasta el pasillo en donde estaba el teléfono.
Yo la deje ahí y me dirigí a la cocina. Tenía hambre. Tal vez ella también. A los pocos minutos se reunió conmigo en la cocina; me dijo que Nicolás estaba al tanto de todo, que estaba cansado:
—Ah, te mandó saludos. Me dijo: “Dile a Victoria que descanse…” ¿Qué pasa entre ustedes?
Casi me ahogué con el vaso de leche que estaba bebiendo.
—Nada— le mentí.
¡Pasa de todo! Quise decirle, pero había prometido guardar el secreto.
—Absolutamente nada—volví a decirle.
—A mi no me parece exactamente nada… Yo también tengo hambre…—replicó cuando estaba sacando algunas cosas del refrigerador.
Por suerte me cambio rápido de tema. Comimos algo en silencio y después nos fuimos a dormir. Ella durmió en mi cama, y yo a su lado en la bolsa de dormir que había traído para mí. Me dormí rápidamente, con una sonrisa, gracias al mensaje de Nicolás… Yo también estaba cansada y quería que él también descansara aunque no se lo podía decir.
Nos despertaron temprano en la mañana, dos veces; la primera mi mamá, diciendo que el desayuno estaba listo. La segunda mi papá, diciendo que ya no había desayuno.
Hicimos lo habitual que se hace en las mañana, levantarnos, bostezar de sueño, estirarnos y luego cepillarnos los dientes para después pasar al desayuno, la comida más importante del día. Los desayunos de mi mamá eran fabulosos, bueno todas sus comidas lo eran, pero para mí no había como un buen desayuno de mi mamá. Mi papá no nos mentía cuando nos decía que ya no había desayuno, el se había comido todas las tostadas con mermelada casera de naranja que sabía que, a mi tanto me gustaba. También se había comido media docena de medialunas con una sola taza de café con leche. Ese hombre era una aspiradora para comer. Ahora entendía muy bien a mi mamá cuando decía que gracias a él había aprendido a cocinar. Por suerte mi mamá pudo esconder algo para nosotras, antes que él se comiera todo.
Fue otro día normal en el colegio, prácticamente habíamos hecho lo mismo que el día anterior. Parecía que no nos iban a enseñar nada nuevo ese día. Para la mitad del mismo, ya me sentía demasiado aburrida y no veía las horas para que terminara. Quería irme a mi casa, quería reencontrarme con mi rosa y mi nota.
Para después de la hora del almuerzo, estábamos en el patio, las cinco reunidas en un círculo. Carla nos estaba contando que su hermano mayor, de dieciocho años, había llevado a su primera novia, la noche anterior a su casa. En eso estábamos, escuchando como Carla criticaba e imitaba los gestos de su cuñada, cuando la portera del colegio gritó:
— ¡Helena Von Harris!
Y todas nos dimos la vuelta. La portera, que conocía a todas en el colegio, venia acompañada por el padre de Helena. Él venía a retirarla, seguramente se iban a ver a Pamela al hospital, pero parecía que venía solo, sin Nicolás. Me desilusioné un poco, tampoco había podido verle aquella mañana, porque habíamos salido un poco tarde. Todas nos movimos con Helena, que fue al curso por sus cosas, para poder retirarse. Le dimos un fuerte abrazo cada una, para que se los transmitiera a su madre. El padre de Helena se despidió de todas nosotras y cuando comenzaron a caminar hacia la otra galería todas volvimos al curso y encontramos que Helena se estaba dejando olvidado un cuaderno.
—Se lo dejo en su casa cuando pase por la tarde…—les dije.
—Pero fíjate si puedes entregárselo ahora…—replicó Valentina.
—Sí. Puede que no haya salido del colegio aún…—agregó Carla—. Tal vez puedas alcanzarla.
—Sí, Victoria—dijo ahora Rocío—. Esa tarea hay que presentarla para mañana…
—Sí, ¿verdad? —pensé yo en voz alta.
Y luego salí caminando apresuradamente por el pasillo, hacia la galería central. No podíamos correr por los pasillos, no estaba permitido, por más que fuera una emergencia. Cuando estaba por dar la vuelta al pasillo me choqué con Nicolás, de frente. Me llevé terrible susto, ambos, pero mi corazón no latía alocadamente por eso.
—Esto… yo…—tartamudeaba él—. Yo vine, porque…—enmudeció de repente.
—Helena se dejó esto en su pupitre—le extendí el cuaderno.
—Ah, ¡Sí! El cuaderno de Helena—respondió confuso—. Es verdad. Ella… ella me mandó a buscarlo…
Le entregué el cuaderno y se volvió a quedar callado. Nos quedamos así un par de segundos y luego dije:
—Ya me tengo que ir de nuevo a clases…—pero no me quería ir.
—Si… Yo… Yo igual…—me reí nerviosamente—. Es decir, tengo que ir a ver a mi mamá—me sonrió—. Gracias—palmeó el cuaderno.
—De nada—dije yo y emprendí la retirada.
Cuando no me había alejado mucho, porque caminaba lentamente, me llamó:
— ¡Victoria! —gritó a media alta voz.
Me detuve, sonreí a espaldas de él y luego di medio giro para ver qué era lo que deseaba. Cuando giré, lo tenía a medio centímetro mío y de mi cara. Titubeó un poco, pero luego se inclinó para darme un beso en la mejilla. Y luego se retiró rápidamente. Yo me quedé parada mirando como él se iba. No sé cuanto tiempo me quedé allí parada, sin poder despegar mi mano izquierda de mi mejilla. Rocío vino a buscarme. Yo no estaba lejos de nuestro curso, conocía muy bien el colegio a esas alturas, como para poder perderme, pero ella vino igual.
— ¡Victoria! —Me habló alto, pero yo estaba en las nubes—. ¡Victoria! Todavía tenemos tiempo… ¡Vamos! La profesora no llegó todavía. ¡Vamos!
Seguía insistiendo ella, pero yo no reaccionaba. Tomó de mi mano y comenzó a tirar de mí. Me estaba arrastrando por el pasillo, hasta el curso. Creo que iba hablando de algo, pero no lo recuerdo, no le presté atención. No podía hacerlo por más que quisiera. Después, en toda la tarde me mantuve en la misma actitud. Me encontraba fascinada. Esa es la palabra correcta.
Cuando las clases habían terminado yo me encontraba de la misma manera aún. Mi papá que, vino a buscarme, lo notó, pero no me dijo ni preguntó nada al respecto. Sé que lo notó, porque en cada semáforo que parábamos me miraba fijo por el espejo retrovisor y fruncía el seño, luego negaba a algo con la cabeza y continuaba conduciendo. Yo aparentaba ver por la ventanilla del asiento de atrás, pero bien que me daba cuenta de lo que él hacía.
Sé que puede ser un poco estúpido por ponerse de ese modo, por un simple beso en la mejilla, pero así me encontraba. Luego se intensificó al comprobar que había una rosa esperándome como todos los días.
En la cena, me comporté más o menos acorde con quienes me encontraba. Habían venido, la hermana de mi mamá a cenar con mis odiosos primos, Patricio de quince años y Miguel Ángel, de dieciséis. También estaba mi tío, Pedro, el famoso tío tedioso que no hace ni buenos comentarios ni chistes graciosos. Mi tía Sophía es muy buena. Yo la quiero muchísimo, y no solo porque sea hermana de mamá. Pero a los demás, no. No me unía a ellos por ningún lazo de sangre, y era verdad, pues mis primos poseían el mismo tipo de sangre que su padre.
Si ellos me veían así, mis primos, podían empezar a molestarme. No me fue nada difícil seguir el hilo de la conversación. Toda la noche hablaron de Pamela, lo cual me interesaba bastante. Mi mamá fue a visitarla y anunció que la había encontrado bien y que en unos días le entregarían los resultados de la biopsia, que determinarían qué tenia. Muy disimuladamente le pregunté si no se había encontrado con Helena en el hospital, pero yo no quería saber de Helena.
—De hecho sí—respondió ella—. Se la veía muy bien de ver a su madre de nuevo.
—Sí. Le cambió la cara cuando su padre fue al colegio a buscarla para llevársela al hospital—comenté.
A mi también me cambió la cara, después que el papá de Helena pasara por el colegio.
Después de la cena, subí rápidamente a mi dormitorio y allí me quedé hasta que se fueron los demás. Solo allí podía soñar con mi próximo encuentro con Nicolás. Y suspirar las veces que quisiera.
Al día siguiente, temprano, recibí una llamada de Helena. No iba a asistir ese día al colegio, así que mi papá me llevó a mi sola, pero lo que más lamentaba es que era jueves y le tocaba al padre de Helena recogernos del colegio, y siempre pasábamos por Nicolás; y si Helena no iba tampoco iría él a su colegio y su padre no tendía porque buscarnos.
Al día siguiente Helena tampoco asistió a clases, pero no me preocupé, mi mamá me dijo que Pamela ya estaba en casa y era comprensible. Ella quería estar al lado de su madre para ayudarla en lo que necesitara.
Más días pasaron, más o menos una semana y no sabía nada de Helena, ni de su familia, ni recibía mi rosa. Ella tampoco me había llamado ni nada por el estilo, ni para decirme que no iría al colegio o que tomara apuntes por ella. Ella vivía al lado de mi casa y parecía que no podíamos comunicarnos de ninguna manera. ¿Qué podría haber pasado? No, no. Si fuese lo peor nos hubiéramos enterado. No podía pensar en eso.
Las chicas también habían intentado comunicarse con ella pero el teléfono sonaba y sonaba y nadie contestaba. Nos empezábamos a preocupar, a pensar cosas que no eran, pero es que a no recibir noticias de ella, nada de nada, y de ninguno de sus familiares, la cabeza empezaba a trabajar a mil por hora.
Un día, cansada de la situación, cuando volví del colegio, corrí hacia el teléfono nuevamente para llamar a casa de Helena, y poder saber algo. Estaba muy preocupada. El teléfono sonó y sonó pero nadie contestó, como todos lo días anteriores. Y como los días anteriores, mi mamá me decía que sí, que era algo extraño en ellos, pero que no me preocupara. Sí, claro, como si eso fuera posible en mí. Así que esa misma noche, después de hacer mi tarea, decidí ir a la casa del al lado y averiguarlo por mi cuenta.
Cuando toqué el timbre un escalofrío bajó por mi espalda. Toqué una sola vez y esperé; luego de un minuto, salió Nicolás. Estaba tan lindo… hacía días que no le había visto, pero estaba impecable… es tan guapo… pero no era a eso a lo que venia.
—Eh… ¿Está tu hermana? —controlé mis emociones.
—Hola. Sí. Está arriba, en su habitación—me dijo con una sonrisa.
Abrió más la puerta y me hizo señas para que entrara. Yo entré y subí las escaleras lo más rápido que pude, con miedo a tropezar y pasar vergüenza ante él. Casi corrí hasta el dormitorio de mi amiga. Toqué una sola vez la puerta y no esperé que me diera permiso y entré en él.
Helena estaba triste, se le notaba en su postura y en sus ojos, que estaban hinchados por haber llorado tanto. ¿Días quizás? Mi amiga estaba muy triste. Me acerqué a ella y la abracé; le pregunté qué le pasaba, pero no me contesto y rompió a llorar nuevamente.
Cuando se calmó un poco me dijo que le habían entregado los estudios a su madre. Pamela tenía cáncer de seno. Y estaba avanzando rápidamente. Los médicos querían que comenzara lo más pronto posible con el tratamiento de quimioterapia, pero Pamela se negaba a recibirlo. No quería ser una carga para su familia. No quería que sus hijos la vieran deteriorarse con el efecto de las drogas. No quería sufrir.
Helena temía por la vida de su madre, y con mucha razón. Hasta yo temía por su vida. Era algo injusto ¿Cómo podía contraer cáncer una persona sana, tan buena amiga, madre y esposa como lo es Pamela? Era muy injusto. La vida se le estaba escapando entre los dedos como agua. Ya no le pertenecía a ella, ahora estaba en manos de Dios y más que nunca, porque al no recibir el tratamiento, el cáncer avanzaría mucho más rápido, y los medios no le daban muchas esperanzas de vida.
Solo él nos podía ayudar, solo él sabe porque existen y pasan estas cosas. Yo lo consideraba muy injusto.
Me quedé con Helena casi toda la noche, bajé solo para pedirle a Nicolás que avisara en mi casa que me quedaría aquella noche con Helena, pero me encontré con mis padres; el señor Guillermo y Pamela no se encontraban. No me había dado cuenta de eso cuando entré. Me dijeron mis padres que no iban a volver por esa noche y que le habían pedido por favor que se encargaran de sus hijos.
Helena se lamentó hasta que se durmió, yo lloré con ella y me dormí también. Ni al día siguiente ni al siguiente a ese, asistí a clases, tampoco Helena; me quedé con ella, no queríamos que estuviera en su casa sola, no mientras su mamá no volviera.
A Pamela, la internaron y se encontraba en terapia intensiva, al parecer el cáncer, avanzaba más rápido de lo esperado. Pamela ya tenía tomado el pulmón derecho y todavía seguía negándose a recibir tratamiento. El tumor o lo que le extirparon fue lo que causó que el cáncer se desparramara hacia el pulmón.
Las chicas vinieron para apoyar a Helena. Ella estaba muy triste, no quería ni probar bocado, tampoco hablar con nadie, pero lo mismo nos quedamos a su lado. Nicolás también estaba allí, estaba igual o peor. Aquella familia se estaba derrumbando de a poco.
Es realmente increíble, como una enfermedad terminal puede acabar no solo con una vida, sino también que arrastra a los demás, a las personas que rodean la vida del enfermo, a la familia, a los amigos de la misma.
Yo no sabía que hacer, sinceramente; mi amiga se estaba deprimiendo muchísimo y su hermano también, no sabia como reaccionar. Qué decirles; cómo ayudarles. Cómo consolarles. No podría decirles: “No te preocupes. Tu mamá se pondrá bien”, cuando su madre ya estaba casi en el ocaso de su vida. Que estúpida manera de consolar seria esa.
Al mes que Pamela no salía de terapia intensiva y solo empeoraba más y más, los médicos hablaron con los familiares más cercanos, es decir, el señor Guillermo, Helena y Nicolás, para decirles que Pamela estaba muy grave, y tal vez no soportaría ni una quimioterapia, si decidían comenzar ahora. El cáncer estaba avanzando demasiado rápido por su cuerpo. Ya estaban tomados ambos pulmones. Habían cometido un error al operarla cuando le descubrieron que tenía anomalías en su seno. Aquella operación solo le dio luz verde para que se esparciera por el cuerpo de Pamela.
Todo esto me lo contó Helena, como pudo, entre lágrimas. Me decía que era injusto. Que no podía ser cierto que su madre tuviera los días contados. Me decía una y otra vez que odiaba a esta vida que, no quería seguir viviendo, no cuando su madre ya no estaría a su lado nunca más. Que nada tendría sentido, si ella no estaba al lado de su pequeña familia.
Nicolás me dijo algo bastante parecido. Solo que él tenia pensado marcharse con ella, al mismo tiempo. Al principio creí que solo se trataba de la angustia que sentía, el dolor al saber que perdería a su madre, a la persona que lo trajo al mundo; pero algo en sus ojos me hizo saber que hablaba en serio. No podía creer que estuviera hablando en serio. Se lo dije, pero no me dijo nada más. Aquello no me gustaba nada. Solo me preocupaba más y más con los días que pasaban. No se lo conté a nadie, esperaba a que él mismo me dijera que había recapacitado, que había pensado mejor en las palabras y que, encontraba muy absurdo todo lo que me dijo, pero en caso de que no lo hiciera se lo contaría a todos. Les diría a todos lo que Nicolás pensaba.
Jamás me dijo una sola palabra de nuevo sobre el tema, lo que no hacía más que preocuparme, porque pensé que seguía con el mismo pensamiento.
Pamela solo pudo vivir hasta los treinta y nueve años. Ella misma había decidido no recibir ningún tratamiento, y pasar los días de vida que le quedaba junto con su familia. Los doctores que estaban a su cargo no se opusieron; ellos sabían que Pamela, no viviría por mucho más tiempo. Que era mejor que pasara todo lo que pudiera con su familia.
Francamente no estuve con ellos, en los últimos momentos de Pamela. Yo también quería que se pudieran despedir, que se dijeran todo lo que se querían. Que se expresaran todo el cariño.
No estoy segura, cuanto tiempo fue en realidad en el que no vi a ningún miembro de la familia Von Harris salir de su casa.
Un sábado por la tarde mientras yo estaba en mi habitación, mi madre me vino a avisar que Pamela, ya había fallecido. Nadie se lo había contado, lo deduzco porque una ambulancia vino a casa de los Von Harris, para realizar los procedimientos necesarios cuando muere una persona. Yo sentía un vacio muy grande en mi interior. Sentía que el aire no era el mismo.
Me quedé parada en el ventanal de mi dormitorio, llorando en silencio. Viendo cómo los camillero bajaban una camilla y se dirigían a la entrada de la casa de Helena. Sentía mucho la pérdida de mi amiga y de su familia. Una pérdida que me era ajena pero el dolor era como si fuera el mío. Yo quería a Helena como a una hermana. Ella era mi hermana, la hermana que jamás mis padres pudieron darme y a Pamela como si fuera una segunda madre.
Un día sábado por la tarde, Pamela de Von Harris, dejó oficialmente de pertenecer a este mundo. Al otro día mis padres y yo; familiares de los Von Harris, amigos de Pamela, asistimos a su entierro.
Era un día hermoso comparado con la tragedia. No hacia el frio suficiente, ni el calor como para deshidratarse. El sol brillaba como si hubiera renacido, el aire me parecía tan puro como si recién hubiera amanecido. En el cementerio, la brisa movía las copas de los arboles que murmuraban, como cantándole a Pamela, como si en ellas estuvieran ángeles esperando por ella. No había ningún signo que nos indicara que llovería, pero así lo hizo. Llovió, no lo tanto como para que la tierra se convirtiera en barro, pero llovió todo el entierro. Llovió con sol.
Pensé que eran lágrimas de Dios, como si él también sintiera nuestra tristeza al despedir a Pamela. Y quisiera demostrarnos que no era malo con nosotros al llevársela a su lado, sino que él también lo lamentaba, y no lo podía evitar.
Nos encontrábamos todas allí. Me había encargado de avisarles a las chicas y a algunos de nuestras compañeras de colegio, con las que Helena conversaba de vez en cuando. Las autoridades del colegio también se enteraron y estuvieron presentes en el entierro.
Valentina, Carla, Rocío y yo nos mantuvimos cerca de Helena tanto en el velorio como en el entierro. No queríamos dejarla sola. La veíamos más frágil que nunca. Me dolía muchísimo verla tan triste y desconsolada. En ese momento no se me ocurría un dolor más grande que el que sentía ella. ¿Y el del señor Guillermo? Pobre hombre. El amor de su vida había fallecido. Qué tristeza más grande me provocaba todo esto. No encontraba palabras de aliento para ninguno. Lo las había. Ni todas las lágrimas del mundo nos alcanzaron para despedir a Pamela.
En estas situaciones, por lo general, las personas se te acercan y te dicen solo las cosas buenas que hicieron los difuntos en vida. Después de unos años sacan a la luz todo lo malo que a la persona fallecida se le pudo haber cruzado por la mente. Pero de Pamela no se podía decir nada malo. Jamás. Solo se podía seguir hablando de sus cosas buenas. En lo que llevo de vida, jamás he visto u oído que hubiera hecho algo malo o incorrecto. Solo sé que vivió por y para su familia como ninguna otra madre. Que fue muy feliz con su esposo y sus dos hijos. Que le gustaba la vida tanto como trabajar con sus rosas blancas.
Tal vez fue ese su pecado, ser demasiado buena.